17 mayo, 2024

Recuerdo que, en quinto y sexto de primaria, en la escuela de San Antonio de Padua, tuve grandiosos profesores de comunicación. Un profesor fornido, de bigote chaplinesco, nos hizo recitar poemas de Rubén Darío de memoria al pie del Apurímac, a unas cuadras de nuestro centro educativo. Y una profesora nos hizo leer una pequeña antología de relatos de Julio Ramón Ribeyro, el maestro del cuento que descubriría poco a poco. En ese librito se encontraban relatos memorables como “Los gallinazos sin plumas”, “La botella de chicha”, “Al pie del acantilado”, “Las botellas y los hombres”, “La insignia”, “El jefe”, entre otros.

Fue una grandiosa sensación apreciar, por primera vez, las aventuras y peripecias de los hermanitos Efraín y Enrique, del abuelo desalmado y lisiado don Santos, y del voraz apetito del chancho Pascual. Cuando la profesora explicó el cuento, con todas las simbolizaciones socioeconómicas y filosóficas del relato, quedé embelesado por toda la magia que podía contener un puñado de palabras escritas con gran agilidad, destreza, belleza, técnica y oficio, que, con las lecturas que continuaríamos leyendo en clase, elegí a Julio Ramón Ribeyro como uno de mis escritores referentes.

De esas clases también tengo en mente la interpretación que hizo la profesora del cuento “Al pie del acantilado”, donde llegó a afirmar que el hombrecito que apareció para ofrecer reparar ciertas cosas a la familia de “pescadores” (que se consideraban como la “higuerilla” por ser siempre los exiliados o las “malas hierbas” de la sociedad) en momentos de crisis, en una escena fugaz, era una especie de reencarnación de Dios. “Para mí ese personaje es Dios”, llegó a decir con tono sobrecogido, misterioso, enigmático, que, con la lectura general que yo tenía del cuento, me impresionó sobremanera.

Ya en tercero de secundaria adquiriría una antología más voluminosa, con más de treinta relatos del maestro peruano del cuento, y comenzaría una nueva etapa de mi vocación de lector. De ese libro, me impresiona hasta ahora la lectura de “El próximo mes me nivelo”, un cuento que, según los entendidos, se basó en la anécdota que escuchó Julio Ramón Ribeyro del hermano del escritor Antonio Gálvez Ronceros. Es un cuento pugilístico, de carácter épico, citadino, neourbano.

También se me viene a la memoria la lectura de entonces de “Tristes querellas en una vieja quinta”, un relato magistral que revela la complejidad de la naturaleza humana. Además, “El marqués y los gavilanes”, un relato de los más destacados del prosista limeño. O, por ejemplo, uno de sus cuentos más antologados de la literatura peruana: “Solo para fumadores”. Esos tres cuentos son de una gran calidad, de fina excelencia, de una gran belleza verbal, de una profundidad de contenido.

Pero recuerdo también la lectura de “Doblaje”, que revela a Julio Ramón Ribeyro como un cuentista que sabía de los tópicos literarios con la temática de los sosías. O el relato magistral titulado “El profesor suplente”, un cuentito que leí muchas veces. O “Junta de acreedores”, perteneciente a su primer volumen de relatos. En efecto, Ribeyro era un destacado exponente de los cuentos no solo del Perú, sino del mundo hispanohablante. Y otra prueba de ello también es el relato “Silvio en El Rosedal”, un cuento de otoño y primavera. O “Alienación”, la historia de un joven afro que desea blanquearse y lucha por ello, pero al final fracasa en su intento.

Sin embargo, su mundo literario, su atmósfera cuentística, sus ambientes donde recorrían sus personajes, eran muy peruanos, muy criollos, es decir, reflejaban muy bien nuestro territorio nacional; aunque tuviera cuentos ambientados en otras partes del mundo, y por eso también el carácter cosmopolita de Julio Ramón Ribeyro. Recordemos que él vivió mucho tiempo en Francia, España y otras partes del mundo, es decir, fue uno de esos escritores que creyó que el escritor debía “viajar” y “vivir” mucho.

Eso lo entendí a cabalidad cuando ingresé a San Marcos y, en el primer año de la carrera, hice una monografía de investigación sobre los relatos de Julio Ramón Ribeyro. Esos años en San Marcos me compré un ejemplar de sus cuentos completos, La palabra del mudo (1973, la fecha de publicación original del libro que luego iría agrupándose con más relatos), y, también, empecé a disfrutar con mayor detenimiento lo que otros críticos expresaron sobre su literatura. Y, como tenía que ser, leí todos sus cuentos completos. Ahí entendí su realismo y naturalismo, pero también su carácter fantástico y mágico. Comprendí su ironía y humor criollo, pero también su profundidad psicológica.

Descubrí, asimismo, su “tentación del fracaso” (ojo, no me refiero a sus diarios, que también es una obra cumbre de la literatura peruana), debido, según los críticos literarios, lectores y escritores que lo estudiaron, a que revelaba la cosmovisión peruana, es decir, su carácter pesimista, amargado, desencantado, de nuestra realidad y sus habitantes. Ribeyro tenía ese concepto de muchos de los peruanos, que, como él, sufrieron muchas decepciones, contrariedades, vicisitudes, desventuras, entre otros.

Su estilo del cuento es conciso y preciso, y prefiere las estructuras clásicas y universales. Son pocos los cuentos que abogan por lo experimental y lo vanguardista, y creo que por ello no son los más destacados. Y eso también se aplica a sus novelas, que, como la mayoría de lectores conocen, no superaron a sus cuentos, como dijo Gabriel García Márquez de Ernest Hemingway. Pero también son destacados sus diarios, aforismos y textos “apátridas”, como Prosas apátridas (1975), Dichos de Luder (1989) o La tentación del fracaso (1992-1995). He aquí que sí tenemos a un escritor canónico, es decir, importante.

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Francois Villanueva Paravicino

Escritor. Estudió Literatura y la maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019), Sacrificios bajo la luna (2022), Los placeres del silencio (2023). Mención de honor del Premio Nacional de Relato Corto (2023) “Feria de Libro de Amazonas”. Mención especial del Primer Concurso de Poesía (2022) y de Relato (2021) “Las cenizas de Welles” de España. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007) de España.

 

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