Por: Marcelino Borda Paredes
Somos ilusión que se manifiesta durante un tiempo y en el tiempo desaparecemos. Lo inalterable de la naturaleza es el tiempo que corre, que huye, que no se detiene… son testigos nuestros ayeres y el polvo de nuestros huesos…
Y en esa interminable incertidumbre solo tenemos a nuestros recuerdos a los cuales nos aferramos con toda desesperación como si se quisiera atrapar en pequeños frasquitos un fragmento de tiempo que en definitiva solo son sombras que atacan a nuestras cicatrices agolpadas en nuestras entrañas, hasta hacerlas sangrar, llenando de caos, nuestro universo de sentimientos, despidiendo aromas de nostalgia…
Y entre nostalgias se nos va nuestra vida… pero es mejor el reino de la nostalgia frente al vacío metafísico del cual nos habló Vallejo…
Un universo vacío, que puede saturarse con la luz imperecedera del fuego astral que Prometeo robó de los Dioses, por esa razón quizás, algunos elevan su mirada hacia el cielo estrellado y en ese sin fin de lucecitas plateadas, encuentren algunas reminiscencias de un tiempo sin tiempo, cuando el verbo aún no se había manifestado, ese eterno momento que los físicos lo llaman “singularidad” donde todo el universo estaba contenido en un único punto. Pero esa idea no es nueva porque ya lo predijo Borges en su cuento el Aleph…
“Singularidad”; donde todo se reduce a un punto y el punto a su vez se reduce a todo… Pero ¿Quiénes somos nosotros, pobres mortales queriendo descifrar lo incognoscible?
Es el asombro ante el infinito que hace que busquemos algo que con que se pueda comparar aquella magnificencia… hallar una manera de describir la forma universal, con sus infinitos, ojos y bocas; con sus incontables visiones, con sus indescriptibles formas celestiales…
Y en ese tiempo sin tiempo, se nos otorgó un don… un don que magistralmente lo describió Borges, (el siempre eterno Borges): “Le fue dada la música invisible que es don del tiempo y que en el tiempo cesa…”
Y desde entonces los humanos han jugado con las armonías. Algunas de esas armonías se elevaron más que las otras, y otros, desarmonizaban, sin embargo, todos ellos, solo son instrumentos para la creación de algo más grande y maravilloso… Tolkien como buen cristiano, conocía este principio y lo plasmo cuando describió la música de los divinos Ainur…
Tan solo un tiempo en el tiempo es cada vida humana, que crece y se desarrolla en un cosmos donde nuestros actos habrán de reverberar conjuntamente con nuestras voces… En el principio era el Verbo… y en el fin, también seguirá siendo el Verbo…
Tailandia 2563 / 23-08-2022