No hay duda que en todas partes se cuecen habas: la caída de la Rectora de Harvard –probablemente la universidad más prestigiosa de Estados Unidos– ha puesto al descubierto, de manera descarnada, el significado real de la política de “diversidad, equidad e inclusión” que caracteriza a la agenda de la Organización Mafiosa Caviar (OMC) y que, en la práctica, lo que ha hecho es promover la incapacidad y la discriminación a la inversa, relegando el talento y la creatividad para supuestamente beneficiar a las “minorías oprimidas”.

Claudine Gay, la hoy ex rectora de ese prestigioso centro de estudios superiores, llegó a ese cargo –en el que ganaba la módica suma de 900 mil dólares anuales, que seguirá obteniendo– pese a que sólo ha hecho 17 publicaciones en revistas en sus 26 años de carrera profesional, respecto de las cuales tiene 50 acusaciones de plagio (ha pedido que le permitan “corregirlas”). Ha sido la primera mujer de color en llegar a ese alto puesto en la historia de dicha universidad.

Y fue obligada a renunciar porque, luego de una fallida exposición en el Congreso norteamericano frente a acusaciones de antisemitismo y después de que, aun así, el cuerpo rector de Harvard la protegió, saltaron las acusaciones de plagio que la hundieron.

Si extrapolamos esta experiencia “woke” –como le llaman en EEUU– nos encontramos con que la falta de ética y la exaltación de la mediocridad se han extendido en el Perú mucho más allá de la OMC ,como lo demuestran las recientes elecciones del Presidente del Congreso –con denuncias penales y de plagio de por medio– y del Defensor del Pueblo, abogado de nadie menos que Vladimir Cerrón.

En nuestro país en base al cinismo, el desparpajo y probablemente plata como cancha, determinados políticos se defienden de fundadas acusaciones de plagio (recordemos que uno de ellos, creo que fue César Acuña, sostuvo que no era “plagio” si no “copia”) y gozan de impunidad. En estos casos, no hay una ideología sustentadora y desviada: es pura sinvergüencería.

Pero los caviares si tienen, conjuntamente con la sinvergüencería, una base ideológica en el marxismo cultural que amplía el concepto de lucha de clases al de discriminación por género, color, etc. y, a través de la “discriminación positiva”, ha generado una pérdida sustancial de valores defendiendo, alentando y obteniendo el acceso a cargos públicos de sujetos cuyo único mérito es precisamente el aval de dichos mafiosos.

La OMC opera de esa manera infiltrando a su gente –no por razones meritocráticas, sino de grupo– y creando también un seguimiento en la medida de su capacidad de colocarla en la mamadera estatal. Lo terrible de esta conversión del Estado en un botín es que se ha convertido en una práctica generalizada de la subclase política peruana.

¡Debemos erradicarla!

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