Muchos prejuicios sobre la oralidad en la literatura latinoamericana se disipan al terminar de leer el libro La comarca oral (1992), de Carlos Pacheco, basado en su tesis doctoral en el King´s College de la Universidad de Londres. Ahí, de forma categórica, plantea que una de las bases fundamentales para la escritura literaria de ficción es la oralidad: existente en la imaginería popular y en los relatos pueblerinos. El libro es, como señala el autor, una respuesta a La ciudad letrada (1984) de Ángel Rama.

En la introducción, Carlos Pacheco señala que existe una pugna secular entre oralidad y escritura explícita. La escritura hace que se mire con indiferencia y hostilidad a la oralidad como algo negativo, desde una perspectiva de lo “culto”. Sin embargo, esto no ha sido impedimento para el desarrollo de una cultura oral, estéticamente válida, que conforma un “bastión de resistencia cultural”, que crea un contacto orgánico entre lo oral y lo escrito manifiestamente establecido en las obras de “narradores de la transculturación”: Juan Rulfo, José María Arguedas, Joao Guimarães Rosa, Augusto Roa Bastos y Gabriel García Márquez; tres de los cuales (los señalados) serán analizados en el libro. Estos autores buscan ficcionalizar culturas particulares de América Latina, escribiendo desde una matriz oral.

En el primer capítulo aborda sobre las teorías que se han fundamentado a lo largo de los años, “desde la ruptura con las concepciones letradas tradicionales realizadas en 1930 por Milman Party, hasta la no menos polémica gramatología derrideana” (p. 21). Es una historia sobre la teoría o la crítica intelectual de la oralidad. Es histórica porque se inicia desde la aparición del alfabeto de los glifos en una sociedad netamente oral; y toda la evolución oral, sus repercusiones, en la historia de la humanidad.

Luego pasará al análisis de la propuesta de críticos como Martín Lienhard y la secular “naturalización” de la escritura, Milman Party y sus interpretaciones de los poemas homéricos, Albert Lord y los hallazgos sobre la confluencia entre oralidad y escritura, Claude Lévi-Strauss y su diferenciación entre “pueblos primitivos” o “pueblos sin escritura” y los “países civilizados”, Jack Godoy y su etnografía, Ruth Finnegan y sus compilaciones de “poesía oral”, Jacques Derrida y su deconstrucción, Walter Ong y su libro La voz y su huella (2003), y Gordon Brotherston y sus vinculaciones deconstrucciones con el estructuralismo antropológico.

En el segundo capítulo, Carlos Pacheco nos señala que el bagaje oral es imprescindible en los “narradores de la transculturación”. Existen semejanzas y parecidos trascendentales, factuales y directas, entre estos narradores. Estos autores están planteando la “otredad” en todas sus dimensiones, la del subalterno, que les es un recurso valioso como escritores. Por otro lado, como es legítimo hablar de “novela urbana”, se puede hablar de “novela de trastierra” de tierra adentro. Cito: “La oralidad puede aparecer también como factor determinante en el diseño de la estrategia narrativa de algunos relatos” (64).

En el tercer capítulo, dedicado a Rulfo, nos dice que la ficción de Rulfo es un “universo de sonido” (65). En el primer apartado, “Escribir como se habla”, nos muestra que la oralidad en Rulfo está predominantemente determinada desde el inicio de sus relatos, es decir, en el título. Hay varios aspectos donde la oralidad prevalece y se hace notar. Existe monodiálogo que según Ángel Rama “es la representación ficcional del habla de uno solo de los personajes participantes en un diálogo” (72).

En el segundo apartado, “Un mundo de sonido”, nos señala que aparte del sonido humano, también aparecen sonidos de la naturaleza y sus habitantes en Rulfo. En “Elaboración del lenguaje”, la gramática rulfiana establece acercamientos a la oralidad, en los fonemas y los morfemas como en la sintaxis y la semántica. En “Una mente oral en una cultura oral”, Rulfo plantea una cosmovisión oral desde su perspectiva literaria.

En el cuarto capítulo, dedicado al escritor brasileño João Guimarães Rosa, desarrolla básicamente la idea del monodiálogo en su gran obra Gran Sertón: Veredas (1956). Este monodiálogo desarrolla el conflicto de heterogeneidad en un pensamiento cultural bipolar. Por otro lado, existe la entrevista, conversación, el diálogo que pone en manifiesto el conflicto entre sectores tradicionales / orales / regionales y los modernizados / letrados / urbanos; donde el entrevistador es un académico intelectual y da una estructuración oral-tradicional de narrar.

También plantea la oralidad como medio de comunicación, código cultural y racionalidad alternativa, donde la novela establece el contraste entre lo oral y lo escrito. Aparte, sustenta en “La ficción como mediación intercultural”, donde Guimarães pone de manifiesto la ficcionalización de culturas rurales tradicionales.

En el quinto capítulo, dedicado a Augusto Roa Bastos, se pone énfasis en el planteamiento de una cosmovisión oral del mundo, pues es más filosófico. Sus obras Hijo de hombre (1960) y Yo el Supremo (1974) son las más representativas al respecto. Otro aspecto importante en la obra de Roa Bastos es la utilización de binarismos, como la pareja conceptual de vida/muerte, arraigado trascendentalmente en la cosmovisión oral. Existe una arraigada “matriz oral” en sus textos. Además, señala que el escritor paraguayo desarrolla una “poética de variaciones” (superponer hechos, trocar nombres, fechas lugares, etc.) proveniente de la “práctica transgresiva” en sus textos.

Además, Carlos Pacheco afirma que este novelista sudamericano propone una “utopía verbal” donde “la escritura tiene que naturalizada, tiene que ser tan natural como la voz. Necesita oralizarse y hacer tanto imperceptible en tanto mediación” (154). También plantea una utopía social y política (libre del imperialismo colonial y en pro de la nacionalidad paraguaya) y una utopía metafísica o espiritual (renacimiento del pensamiento mítico).

En las conclusiones, el investigador venezolano pone el ejemplo del indígena brasilero Tolamán Kenhíri, quien al alfabetizarse escribió un libro, basado en las declaraciones de un chamán de su tribu, sobre los relatos de sus tribu, su oralidad y cosmovisión. El libro llegó salir a la luz no sin dificultades. Este caso sería para Carlos Pacheco, citando a Fernando Ortiz y a Ángel Rama, un caso transcultural; con dos etapas: la aculturación (adquisición de lectoescritura y aprendizaje del idioma) y la deculturación (la decisión de abandonar la tradición-lengua oral de su tribu para la preservación de la misma). Estos narradores transculturales literarios son considerados como puentes culturales: “Ellos usan la escritura para evocar la cultura oral” (174), afirma.

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Francois Villanueva Paravicino

Escritor (1989). Cursó la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019). Textos suyos aparecen en páginas virtuales, antologías, revistas, diarios y/o. Mención especial del Primer Concurso de Poesía (2022) y de Relatos (2021) “Las cenizas de Welles” de España. Semifinalista del Premio Copé de Poesía (2021). Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007) de España.

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