Estos días han sido productivos porque, cuando la escritura de ficciones me es esquiva o me resulta mucho más difícil de lo que es, me dedico a leer cualquier libro que se me antoje de la pequeña biblioteca personal que tengo, y entonces lo que me pasa es que a veces cuando uno está terminando de leer un libro piensa en el siguiente que cogerá, pero, llegado el momento, en otro instante, cambia de idea y elige otro título. Eso me ocurre frecuentemente y, por ello, a veces las lecturas son variopintas, de diferentes temáticas, de distintos géneros, de otros autores.
Comenzaré con Esta casa vacía (2017), del buen Marco García Falcón, una novela muy comentada y que recién pude comprobar por qué tantos elogios y buenos comentarios recibiera el ganador del Premio Nacional de Literatura en el 2018. La verdad, ya sabía de la destreza de su pluma cuando leí, allá por el 2015, su libro de relatos París personal (2002), que también me pareció lograda: sus caminos son vivenciales, anecdóticos, con personajes que narran sus encrucijadas en las grandes urbes, o, también, que están atrapados por ese pequeño fervor que poseen por la literatura o por las artes.
Como una especie de autoficción (que ha sonado demasiado estos días con el premio Nobel de literatura a Annie Ernaux), el protagonista Giovanni Perleche, un humanista mil oficios (es docente, corrector de estilo, escritor), narra sus encrucijadas familiares, sus aventuras pasionales, sus adicciones a la droga, sus sobrecargas laborales; pero con una prosa cuidada, trabajada, esmerada, la historia que se lee se disfruta y nos atrapa y, al final, nos enseña sobre la dureza de una ciudad caótica como lo es Lima.
Sin embargo, como su título señala, lo que desarrolla la obra de Marco García Falcón es la fragmentación del núcleo familiar, la decadencia de una relación amorosa que tuvo un fruto (un niño enfermizo) y la destrucción de un amor que al inicio fue un volcán y que al final solo son cenizas con tierra y lágrimas. Creo que cualquier escritor o alguien que haya estudiado humanidades se sentirá en algo identificado con el antihéroe de esta novela, como llamaríamos a alguien que también ha incursionado en el consumo de las drogas.
La novela que leí a mitad de semana fue la de J. M. G. Le Clézio, Bitna bajo el cielo de Seúl (2017), que fue escrita con un estilo ágil, llano, simple, sin muchos artificios, y que me recordó a ciertas novelas de nuestro Nobel peruano, don Mario Vargas Llosa, como La tía Julia y el escribidor (1977) o El hablador (1987), pues en ellas también se engarzan historias ficticias en medio de la narración principal, intercalándose en diferentes bloques narrativos, y que a veces son efectivas o a veces fracasan.
En la novela de Le Clézio, las historias que Bitna cuenta a Salomé (una chica paralizada por una enfermedad incurable y a la que hace compañía hasta el final de sus días) me parecieron, la verdad, intrascendentes, de las cuales rescato un par o, tal vez, tres (como la de los dragones o la de la joven famosa Nabi que, al final, cae en desgracia). Sin embargo, existen algunos fragmentos de ternura, de intriga y que condensan, a ratos, lo mejor de Le Clézio.
Por otro lado, un libro de relatos que leí hace un par de meses atrás fue Sacrificios de la carne (2022), de Jhemy Tineo Mulatillo, que lo primero que me impactó del libro fue la unidad y la estrecha relación que tienen los distintos relatos que conforman el libro, como si se comunicaran entre ellos y como si hubiese sido un libro maquinado como un corpus orgánico desde el inicio, y eso, cuando se es consciente, es un mérito.
Este libro fue ganador del Premio José Watanabe Varas del 2021 que organiza la Asociación Peruano Japonesa (APJ) y me gustó la propuesta de que todos los cuentos manejen la misma estructura formal, como los diálogos sin rayas que utiliza, por ejemplo, Cormac McCarthy, o, también, los párrafos de pocas líneas que agilizan la lectura con manejo técnico; y también el fondo de las historias (los mismos personajes pueblan algunos de los cuentos que, por eso, no pierden su independencia) que versan sobre el sexo, el fanatismo, la violencia, la inmadurez, lo lúdico, entre otros.
Por otro lado, estos tres libros los he leído desde el inicio hasta el final, es decir, son textos que merecieron el tiempo que necesitan para ser entendidos a cabalidad. Si preguntan a mi yo más bondadoso si eso es bueno, yo contesto que un libro que mereció ser leído desde el inicio hasta el final sí califica como recomendable; pero si inquieren a mi yo más egoísta e instintivo, les diré que tengo la costumbre de finalizar el libro que comienzo y, por ello, tal vez sea mi testarudez lectora. Sin embargo, como decía algún escritor, lo importante es leer de todo.
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Francois Villanueva Paravicino
Escritor (1989). Cursó la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019), Sacrificios bajo la luna (2022). Textos suyos aparecen en páginas virtuales, antologías, revistas, diarios y/o. Mención especial del Primer Concurso de Poesía (2022) y de Relatos (2021) “Las cenizas de Welles” de España. Semifinalista del Premio Copé de Poesía (2021). Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007) de España.