Y todo lo demás, absolutamente todo, resulta secundario y epitelial; cuando no pura distracción para distanciarnos de lo principal. ¡Así de claro!.

Ya es tiempo de erradicar esa retórica meliflua que deforma la realidad y convierte la política en un predicamento vacuo, carente de destino alguno. Ese es el caso del “adelanto del cronograma electoral”, cuestión esgrimida como panacea virtuosa, dizque, para superar la violencia subversiva, que asola al país.

Aunque no es evidente –porque la plataforma violentista tiene exigencias más explosivas como la renuncia de la Presidenta y la Asamblea Constituyente– sin embargo, por razones ajenas a la realidad, se la ha atribuido efectos mágicos y milagrosos. Pero elevar esta consigna salvadora a dogma político, tiene un costo nefasto.

En primer lugar, el Congreso, sede donde se ventila el asunto, convulsiona en un vértigo de contradicciones, que derivan en un entrampamiento horroroso. Pero esta imagen fatal soslaya, que el radicalismo izquierdista tiene el 40% de la representación nacional. Ergo, sin sus votos jamás habrá adelanto de elecciones. Su irreductible posición: “no hay nueva elección sin Constituyente”, es el verdadero obstáculo para cambiar la fecha de los comicios.

La bancadas democráticas en el Parlamento, en vez de denunciar esta miserable doblez, juegan a quitarle la bandera electoral a los rojos. Con el costo de fracturar al campo opositor. De manera insólita, Fuerza Popular ha devenido en el campeón del adelanto y termina jugando pared con el gobierno Boluarte-Otárola. Entonces, contra toda evidencia, están empeñados en una reforma que no cuenta con los votos suficientes Una torpeza mayúscula, insensata, cuya única deriva perversa ha sido ahondar el desprestigio del Congreso de la República: institución fundamental de la democracia. Así contribuyen a echar carbón a la pira encendida de la subversión, dando argumentos a la diatriba antirrepublicana.

En segundo lugar, poner en la coyuntura, el adelanto de elecciones oculta el problema principal y el más urgente, del momento político: el acoso violentista a la democracia y la necesidad imperiosa de una pacificación inmediata. La razón de todo gobierno, en cualquier lugar y en todos tiempos, es garantizar un orden que de seguridad y proteja a la población. Es la teoría del Estado, como el Leviatán implacable pero generador de paz social, de Thomas HOBBES. Y es un hecho inobjetable que el gobierno no está cumpliendo con su función básica. Seguir con el sonsonete trillado de reducir los mandatos de las autoridades, cuando los radicales han dicho. ¡No!, es responsabilizar al Congreso por lo que no puede. Y exculpar al Ejecutivo de su verdadera responsabilidad, que sí está a su alcance. (Por: ÁNGEL DELGADO SILVA)

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