Por Francois Villanueva Paravicino
Las primeras lecturas de los poemas de Sylvia Plath me produjeron un placer estético enigmático, sugerente, admirable, porque lo primero que saltó a la sensibilidad lectora fue la gran pericia versista de la poeta para poetizar sus “demonios” o sus “cicatrices” a través de metáforas que combinaban el saber letrado, grecolatino, occidental, con lo más íntimo y personal que ella profesaba. A todas luces caí en la cuenta de que estaba frente a una poeta excepcional.
Lo segundo que me llamó la atención de ella es que fue una mujer suicida, como su compatriota Anne Sexton (también una grandiosa escritora) o, sin ir muy lejos, la argentina genial Alejandra Pizarnik. Tal vez uno de los motivos para que ella sufra los trastornos depresivos o acaso bipolares que lo acosaron en vida, se cree que fue la temprana muerte de su padre, justo unos días antes de que ella cumpla los ocho años, que fue la edad cuando publicó su primer poema.
Años después, algo que reforzó ese carácter depresivo y trastornado fue cuando descubrió que su primer novio, Dick Norton, le fue infiel. Eran los años que había iniciado la escritura de sus diarios. De eso no se salvaría nunca, porque también en sus años universitarios intentó suicidarse, por lo que recibió terapias psiquiátricas de la época, como los electrochoques. Aun así, culminaría sus estudios superiores e incluso sería becada en la Universidad de Cambridge, donde conocería al poeta y escritor de libros infantiles Ted Hughes, su futuro esposo. A los dos años de casada, al ver a su marido coqueteando con una estudiante universitaria, le provocaría también una terrible tristeza y angustia.
He leído la Poesía completa de Sylvia Plath de la traducción de The Collected Poems (Editorial Faber & Faber, 1981) trabajada por Xoán Abeleira, que reúne las composiciones líricas de nuestra autora desde 1956 hasta 1963, que están agrupadas por cada respectivo año, y que consta también de unos Cincuenta poemas aurorales o Juvenilia que escribió Sylvia Plath muy joven, es decir, sus primeros trabajos líricos como poetisa.
Lo que salta a la vista es que mientras más cerca de su suicidio se encontraba Sylvia Plath (se mató a los 30 años asfixiándose con gas), escribía con mayor profusión la cantidad de sus poemas, y por ello el penúltimo año antes de su suicidio se tiene registrado casi un poema por día. Esto revela que los sufrimientos y los pesares que la agobiaban eran expresados a través de sus poemas o trabajos líricos.
Tal vez por esto también los críticos literarios y académicos han catalogado su arte poética y sus trabajos líricos como “poesía confesional y visceral”. En efecto, en sus poemas, camuflados a través de metáforas y de figuras retóricas sutiles, se revelan sufrimientos o emociones fuertes por abortos, infidelidades, mentiras, decepciones, depresiones, ansiedades, obligaciones, secretos, obsesiones, pasiones, opresiones contra la mujer, pulsiones de suicidio, entre otros.
Es decir, es una mujer, y ante todo poeta, que busca desnudarse vistiéndose con los ornamentos de la tradición literaria occidental, que le dan la autoridad de ser una poeta memorable y destacada, que todo lector merece conocer. De ella se destaca su gran intensidad emocional, su exploración de la psicología humana, y su uso innovador del lenguaje, que mezcla lo más íntimo y personal (como la maternidad, el matrimonio, la sexualidad, el suicidio y la naturaleza humana) con lo cultiletrado, lo canónico, lo universal.
He encontrado versos memorables en su poesía, como por ejemplo estos: “La perfección es terrible, no puede tener hijos”, “La luna no tiene por qué entristecerse./ Está acostumbrada a ver este tipo de cosas,/ Oculta bajo su capuchón de hueso,/ Arrastrando sus vestiduras crepitantes y negras”; “Por eso no intentes engañarme nunca con un beso”; “Siempre hay más de una manera buena de ahogarse”; “Morir/ Es un arte, como todo/ Yo lo hago extraordinariamente bien”. Son versos muy sentidos, muy fuertes.
O, por ejemplo, también estos versos: “La vejez viste la mejor prenda negra”; “Y la Muerte, esa calva águila ratonera,/ Se demora en los pasillos donde la mecha/ De la lámpara se acorta con cada exhalación”; “Entonces quizás los árboles me toquen por una vez,/ Y las flores, finalmente, tengan tiempo para mí”; “No hay día en que no tenga noticias tuyas,/ Mientras deambulas, quizás, por África, pero pensando en mí”; “Y estas caras grises, cerradas por las drogas, las flores que me siguen”.
Como verán, siempre la muerte y el amor han estado presentes en la poesía de Sylvia Plath, una poeta hipersensible que, con la depresión y ese trastorno bipolar, la hicieron refugiarse en la literatura para expresar sus grandes sufrimientos y sus más profundas emociones, esas especies de cicatrices que existen en la piel de un poeta como revelación de su existencia en el mundo, como testigos de parte. Por ello, sus grandes admiradores saben que su poesía es aleccionadora, nutritiva, destacada: magistral.
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Francois Villanueva Paravicino
Escritor. Cursó la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019), Sacrificios bajo la luna (2022), Los placeres del silencio (2023). Textos suyos aparecen en páginas virtuales, antologías, revistas, diarios y/o. Mención especial del Primer Concurso de Poesía (2022) y de Relatos (2021) “Las cenizas de Welles” de España. Semifinalista del Premio Copé de Poesía (2021). Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007) de España.