Memorias del paso de Picaflor de los Andes por la Ciudad de Chincheros – Apurímac
Chincheros plazapi, blanquillo durazno; es el título de una de las canciones de Víctor Alberto Gil Mallma y se ha convertido en el símbolo de identidad de todos los nacidos en esta bella ciudad. Esta canción fue el resultado de la primera visita que hizo Víctor Alberto Gil Mallma, más conocido como Picaflor de los Andes, a la ciudad de Chincheros, allá por los años 50. Haría tres visitas en total, antes de darse por vencido.
La visita de Picaflor de los Andes no fue gratuita. Vino intentando recuperar el amor perdido de su pareja, Edilberta Jáuregui Alarcón, pidió que ella regrese con él hacia Huancayo, donde se habían conocido, surgió el amor y nació su primera hija.
Para entonces Edilberta Jáuregui era una joven dama de la muy conservadora sociedad Chincherina. Había estudiado en un internado de monjas en Huancayo. Con perseverancia, visitas y su innegable talento para el canto, el entonces desconocido Víctor Alberto Gil Mallma, conquistó su corazón. Y tuvieron una hija de nombre Rosángela.
Y Picaflor de los Andes era un pundonoroso padre de familia que desempeñaba labores de chofer, constructor, pintor y albañil. Necesario para atender a una hija que había nacido con un problema congénito. El canto era apenas un pasatiempo que poco a poco fue creciendo hasta convertirse en su verdadera pasión. Junto a la fama musical también creció la bohemia, la ausencia, las fiestas patronales y esa afición por otras mujeres que Edilberta Jáuregui (conocida como Eva) no perdonó. Entonces pidió apoyo a sus padres y regresó hacia su natal Chincheros para estar con su familia.
Enamorado, deprimido y profundamente arrepentido, Picaflor de los Andes viajó hasta Chincheros para recuperar ese amor perdido y curarse del abandono. Entonces conoció la pequeña y exuberante Plaza de Armas, llena de vegetación, empedrada, con caminos estrechos de tierra, rodeado de la Iglesia, el cabildo y las casas de los notables, coronadas con tejas. Al centro de esa Plaza y con desenvoltura, crecía una planta de blanquillo durazno. Los mismos agricultores habían convertido a esta planta en el monarca agrícola de esas épocas. El cantante animado por el rechazo, algunas bebidas y la sensibilidad a flor de piel, compuso el tema.
Eva Jáuregui lo rechazó. Ella era una hermosa dama formada en valores, había estudiado en un internado religioso. Perdonarlo era renunciar a los sagrados valores de la familia. Él era un hombre acostumbrado al reconocimiento, al aplauso, al éxito. Se fue muy dolido porque no pudo tener éxito en el amor. No con el amor de Eva. Compuso unas cuatro canciones más que las dedicó a Eva, que ella nunca quiso revelar a su familia. Cuando Eva adquirió un nuevo compromiso, el profesor Jacinto Huerta, era celoso al punto que prohibió a su joven esposa y la familia que escucharan algún tema de un Picaflor de los Andes en su apogeo.
Picaflor de los Andes todavía volvería en otras dos oportunidades más. Siempre prometiendo que iba a cambiar, con deseos de reconciliar y volver con ella y su hija para Huancayo. Hasta que Rosángela, todavía muy niña, murió. Entonces algo se cortó en esa historia. Ese hilo invisible de los afectos terminó de diluirse. Porque la música atraía a Picaflor de los Andes, como podría hacerlo un imán a un pequeño trozo de hierro. Y es que aquellos que lo vieron caminar por la plaza, sentarse en los bancos, pasear por la exuberante campiña de la ciudad, admirar el azul del cielo, tachonado de estrellas en las noches, lo recuerdan de estatura pequeña, pero de un corazón y un talento inmenso.
El novelista y antropólogo José María Arguedas lo describe como «…bajo de estatura; pero vestido de huanca, de pie en el escenario, con el sombrero en alto, girando en una danza o al levantar los brazos para agradecer los aplausos, parece no sólo mucho más alto, sino verdaderamente imponente. Las primeras notas de huaynos y mulizas y especialmente de los huaylarsh, las hace estallar en una especie de triunfal lamento. El público aplaude como un eco instantáneo de la voz, tan aguda, tan intensa y constreñida de afectos contradictorios: dolor, anhelo y desafío».
Picaflor de los Andes falleció el 14 de julio de 1975, en La Oroya, cuando regresaba a Lima después de actuar en Concepción. Y fue sepultado en el cementerio El Ángel. Según las crónicas de la época su ataúd fue acompañado por más de cien mil personas que lloraban su ausencia.
Hace unos días también falleció doña Eva Jáuregui Alarcón (06/03/19). Dos días después falleció su esposo, para irse como habían vivido siempre: juntos.
En la Plaza de Chincheros ya no existe el blanquillo durazno. También los agricultores han migrado hacia la palta, como el nuevo monarca agrícola.
Todos se están marchando.
Sólo queda la música, que voy tarareando esta noche:
Chincheros plazapi
blanquillo durazno
maypiraq karqani
soltero kachkaptin
maypiraq karqani
soltero kachkaptin