“Hemos barrido el orden en todo. Este panorama es desolador y confuso. El desgaste de los valores universales comienza a amortajarse en las propias familias. Cada cual consigo mismo debe forzar a interrogarse”.

Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor ([email protected])

El mundo tiene que empezar a reconstruirse, comenzando por abatir los diversos conflictos con clemencia y espíritu democrático, que es lo que objetivamente nos hace forjar una nueva unidad entre pueblos y culturas diversas. Esta noble visión de entendimiento, sustentada en los derechos humanos y en las libertades fundamentales, nos predispone a sentirnos parte de ese hogar común, del que todos hablamos, pero poco hacemos por llevarlo a buen término. Para comenzar, debiéramos despojarnos de arcaicas hostilidades, que lo único que generan son divisiones absurdas y caminos de aborrecimiento entre análogos. Si hay algo que fomentar es la reconciliación entre los moradores, cuyas energías físicas, morales y espirituales han sido malgastadas por la barbarie y la violación continua. Es el momento de pasar página, de recomponer esfuerzos por consolidar y acrecentar lo armónico; en lugar, de activar las oposiciones nacionales alimentadas, en la mayoría de las ocasiones, por la ceguera de los líderes políticos, encerrados en su endiosamiento y separados de las realidades y de la gente, lo que precipita el enfrentamiento permanente y la pugna por los pedestales.

Defender la concordia, en una sociedad que carece de puntos de referencia, supone recurrir a datos antropológicos claros y objetivos que están ahí, como que somos únicos y dignos del respeto entre semejantes. Ciertamente, la indignación de la gente ante el aumento de las desigualdades o el debilitamiento del espíritu de compromiso y servicio propio de las democracias, así como la indiferencia ante las reglas universales colectivas, nos están llevando a un callejón de crueldades, en un instante de gran ansiedad y desorden mundial. Sin duda, hay que tomar un respiro para repensar, cuando menos para poder concertar los esfuerzos hacia la paz y el desarrollo sostenible. No compitamos los humanos unos contra otros, ni desoigamos ninguna voz; en todo caso, fomentemos una moralidad a toda prueba en la gestión desinteresada y transparente del poder, estableciendo el diálogo como instrumento insustituible de toda confrontación constructiva. Desde luego, no hay mejor sanación en tiempo de crisis, que la mano extendida, que una caricia reconciliadora y no tantos argumentos para defenderse, muchas veces es cuestión de entenderse mutuamente y de atenderse recíprocamente.

Hemos barrido el orden en todo. Este panorama es desolador y confuso. El desgaste de los valores universales comienza a amortajarse en las propias familias. Cada cual consigo mismo debe forzar a interrogarse. No dejes que el sol se vaya sin que hayan muerto tus resentimientos, es una buena medicina. Un corazón vengativo no merece continuar latiendo. Ojalá retorne el viento de la esperanza y podamos recomponer la confianza perdida. Seguramente, entonces, tendremos que cambiar planes y proyectos entre los más jóvenes, porque muchos de ellos, son educados con sentimiento vengativo, en contextos ideológicos en los que se plantan las semillas de viejas antipatías y se preparan las habitaciones interiores para futuras violencias. Desde luego, hoy más que nunca hace falta reencontrarse fuera del terror que se anida por cualquier esquina planetaria. Favorecer el encuentro y socorrer en la necesidad, ayuda mucho. De ahí, la importancia del derecho internacional humanitario, que ha aminorado los sufrimientos, limitando los efectos de un conflicto sobre la población civil o los no combatientes. Por otra parte, hay que acabar con la impunidad, para que esas inhumanas pugnas, desaparezcan para siempre de nuestros andares.

Todos somos conscientes de que el pasado no se puede modificar. Sin embargo, su lección es sustancial para no repetir el tormento y poder purificar la memoria, que suele deformar la visión que nos tenemos. Las enemistades, así como todas las formas de castigo colectivo, deben quedar superadas por un espíritu fraterno. Además, han de cesar las pandillas rivales que lo único que hacen es aterrorizar a las poblaciones. También las desavenencias deben dar paso a la solidaridad, que es lo verdaderamente grandioso. Debemos unir fuerzas con las masas de los pueblos en una lucha común, que no es otra, que convivir sin etiquetas bajo un aire democrático de buena gobernanza. Fuera resentimientos, pues, y nada de presiones diversas que constriñen el espacio cívico. En una época tan tensa y turbulenta como la actual, lo que se demanda es un cambio de actitudes para impedir cualquier acción que agrave o prolongue la controversia. Esto se origina cuando el ser humano, pierde el horizonte de la belleza y se cierra en su propio interés egoísta, justificando hasta la propia locución de la muerte. Por ello, apremia escucharnos más entre nosotros para vernos en el dolor del semejante. Será un buen propósito, sin duda.

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