Por Francois Villanueva Paravicino
El 2023 se celebra los 60 años de la publicación de la primera novela del Nobel Mario Vargas Llosa, La ciudad y los perros (1963), que, antes de salir publicada, ya había ganado el Premio Biblioteca Breve de 1962, cuyo valor literario se mantiene muy vigente, aunque refleje el panorama de entonces, una Lima fragmentada, enfrentada, escindida, no tan diferente a la actual, que se refleja en los protagonistas de la novela, que están en constantes conflictos.
Uno de los planteamientos sobre ejercer del poder es evidente en la personificación del Jaguar en La ciudad y los perros (cuyo título temporal, como cuenta Miguel Oviedo, era La morada del héroe, dejando atrás Los impostores, y que antecedía a los títulos tentativos de La ciudad y la niebla y, finalmente, al título original) y su antípoda, el vil sometimiento, como ocurre en el caso del Esclavo. Este cuestionamiento del poder se disfraza bajo la crítica feroz al militarismo de un colegio-internado, y la prepotencia de los profesores militarizados para controlar el desborde de la violencia estudiantil.
Algo resaltante del inicio de la novela (in media res) es la reunión del séquito del Jaguar, El Círculo, para robar el examen de química (que será uno de los nudos que desarrollarán la trama de la novela), acto que sería catalogado hoy en día como el de una pandilla colegial. Esta pandilla, como se sabe, se formó dos veces, una cuando los personajes centrales estaban en tercero, y la última cuando entraron a cuarto de secundaria. Yo creo que uno de los mejores inicios de las novelas latinoamericanas es la de La ciudad y los perros, pues, cuando la leí el 2004 en cuarto de secundaria, me marcó como una cicatriz.
Otro punto que resalta es la falta de patriotismo de los cadetes, al maltratar a un animal emblema del Escudo Nacional: la vicuña: En cambio, en los oficiales, como en el caso explícito del teniente Gamboa, existe un patriotismo exacerbado: “¡Ah, si fueran cabezas de chilenos o ecuatorianos, ah, sí bajo las suelas de los botines saltara la sangre, si murieran!”. Como se ve, el texto es una crítica ficcional al militarismo del colegio Leoncio Prado de entonces. Por ejemplo, en los muchos ejemplos que existen en la novela, se ve la impotencia del teniente Huarina ante las consultas del poeta Alberto: “Váyase a hacer consultas morales a su padre o a su madre”. Esto también se extiende sobre los cadetes, quienes prepotentemente, los de quinto de secundaria, bautizan a los perros de tercero con insultos y golpes.
Otros aspectos rescatables, y esto en plano formal, son los monólogos. El que más abunda es el del Boa. La novela configura unos estereotipos de razas y condición social inmanentes a todos sus personajes. Existen cadetes de raza blanca como el Poeta (que también era un cizañero) Alberto Fernández, el Jaguar, o el Brigadier Arróspide; raza negra, como el negro Vallano; mestizos como el serrano Cava, el “injerto” Paulino, o el suboficial Pezoa. Esto es explícito con la aseveración del narrador heterodiegético: “Venían de todos los rincones del Perú”.
En la novela aparece, como consecuencia del anterior párrafo, casos de bullying, en el caso de Ricardo Arana, al cual todos sus compañeros apodan El Esclavo, porque siempre hace lo que los demás le ordenan, así como también es agredido por ellos, y él no hace nada debido a que es un personaje tranquilo que detesta la violencia y no le gusta pelear. Sin embargo, tampoco les dice nada a sus profesores-militares porque sabe que, si sus compañeros de clase se enteran de que él los acusó, ellos lo tomarán como un maricón que se queja de lo que le hacen, por lo que guarda silencio. El bullying se refiere a la acción de agredir física, verbal o emocionalmente a un compañero de escuela. Esto también ocurre con el serrano Cava, el negro Vallano, y los perros de tercero.
Teorizando sobre un aspecto de la novela, el personaje Teresa, se puede decir con Lacan: el deseo de uno es el deseo del Otro. Puesto este personaje femenino y seductor va ser el foco de atención sensual de tres personajes de la novela: El Esclavo Arana, el poeta Alberto, y el Jaguar. Como se sabe, el primer que se enamoró de Teresa fue el Jaguar, luego Arana, después Alberto que sería su enamorado, para finalmente casarse con el Jaguar. Para los protagonistas que se enamoran de Teresa, ella representa lo que ellos tuvieron que dejar para sobrevivir en el colegio militar. Para el Esclavo, la paz que anhelaba tras una vida dura y cruel. Para el Poeta, la inocencia perdida cuando es obligado a entrar al colegio. Y para el Jaguar, la vida doméstica que nunca tuvo.
Un punto desapercibo en la novela es la del sarcasmo contra el capellán del colegio, “un cura rubio y jovial”, que compara a los militares con los misioneros con un fervor patriótico muy desarrollado. El sarcasmo aparece en esta descripción: “Los cadetes estiman al capellán porque piensan que es un hombre de verdad: lo han visto, muchas veces, vestido de civil, merodeando por los bajos fondos del Callao, con aliento a alcohol y ojos viciosos”. Otra crítica ficcional feroz al Leoncio Prado es la existencia de “La perlita”, cuyo dueño es el “injerto” Paulino, un mestizo de japonés con cholo; allí vendía golosinas y bebidas. Se dedicaba también a introducir clandestinamente en el colegio cigarrillos y pisco, mercadería que ocultaba cuidadosamente y revendía a precio elevado. Los fines de semana se reunían en “La Perlita” algunos alumnos para tomar y fumar.
Un punto crucial es la muerte del cadete Ricardo Arana, el eje de unión entre la primera parte y la segunda parte, la mitad de los dieciseises capítulos (sin el epílogo). Va ser un total misterio en las dos partes, puesto, aunque el cadete Alberto denuncia al Jaguar como el homicida, todo el sistema del colegio Leoncio Prado va dar por concluido el caso como error garrafal y mortal de Arana (con una breve excepción del teniente Gamboa, quien cree en Alberto hasta que lo trasladan a fin de año a Juliaca). Además, Jaguar lo niega rotundamente ante el poeta. Sólo en el epílogo el Jaguar confiesa al teniente Gamboa el crimen: “Teniente Gamboa: yo maté al Esclavo”.
Otro aspecto que pasa desapercibido en la novela es la falta de educación sexual en los alumnos, pues es preocupante que alumnos de secundaria todavía duden sobre órganos principales del aparato reproductor masculino y femenino. Por otra parte, que el poeta escriba novelitas pornográficas es sintomático.
Escenas patéticas y conmovedoras existen en la novela, como por ejemplo cuando expulsan al serrano Cava del colegio –cuya escena es descrita por el Boa muy sentimentalmente– y también la escena donde el poeta llora por el asesinato de su amigo El Esclavo, señalado por el negro Vallano. Así, en general, haciendo un balance general de la novela, esta es muy rica, compleja, una buena novela. En efecto, Mario Vargas Llosa, como plantea Juan Ossio, es un “gran científico social” y, por lo tanto, el valor sociológico es inmanente a la primera novela del Nobel.
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Francois Villanueva Paravicino
Escritor. Cursó la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019), Sacrificios bajo la luna (2022), Los placeres del silencio (2023). Textos suyos aparecen en páginas virtuales, antologías, revistas, diarios y/o. Mención especial del Primer Concurso de Poesía (2022) y de Relatos (2021) “Las cenizas de Welles” de España. Semifinalista del Premio Copé de Poesía (2021). Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007) de España.